lunes, 23 de agosto de 2010

ALTER FAMILIAE

Chicos acá les dejo algo que encontré y que escribí hará casi dos años. Ojalá les guste y me den ideas para continuar la historia!!




Comenzaba un nuevo día, casi como todos los demás. En realidad, nada en su inicio hacía siquiera suponer lo que tendría de “nuevo” ese día. Era como levantarse a vivir, con la inercia de todos los demás días, sólo porque era lo que había que hacer, vivir. Eran las 6:25, el horario habitual en que su despertador sonaba. Y lo apagó luego de que sólo sonara una vez, como era habitual. No hacía falta más, era como si supiera que iba a sonar incluso antes de que sonara, porque su cuerpo ya sabía que tenía que levantarse, aún  cuando ella se negaba a aceptarlo, sobre todo en invierno. En invierno, a esa hora todavía estaba de noche: completamente de noche, ni siquiera empezaba a aclarar. Pero ése día ya no era invierno, sino primavera.  Era normal que no lo notara, sin embargo, ya que el cambio climático global tenía el ya no tan extraño efecto de traer días muy fríos, en estaciones que no necesariamente eran invernales; o días muy calurosos, en meses como junio, o julio. Era el destino de la humanidad, ya no había estaciones climáticas. Pero ellas no eran las únicas que se habían extinguido... Todas estas cavilaciones solían pasar por su mente durante los pocos segundos que tardaba en levantarse e ir al baño, con los ojos todavía cerrados, a orinar y lavarse la cara, el primer contacto crudo con la realidad de un nuevo día. Aunque sus pensamientos no sólo se encargaban de analizar el clima y el destino fatal del mundo. La mayoría de las veces se trataba de cuestiones mucho menos altruistas, como en qué consistían las tareas del día, si tenía que ir al supermercado, quehaceres laborales que había prometido dejar para el día siguiente la noche anterior, ya que sino no habría podido conciliar el sueño, y, dependiendo de su período humorístico, pensaría en recientes alegrías o fracasos cotidianos persistentes, pese a no ser la gran cosa, ni las unas, ni los otros. Pues si había algo de lo que ella estaba segura, era que su vida no le traía la emoción que ella esperaba. Era consciente de que la mayoría de las personas hubieran dado lo que no tenían por llevar la vida que ella llevaba, pero el ser humano nunca está satisfecho con  lo que tiene, y ésa parece ser una de las características a la vez más odiosas y más común en le especie: no era patrimonio exclusivo de ninguno de los géneros sexuales, aunque fervorosos de los representantes más aguerridos de cada grupo se empeñen en demostrar lo contrario.  Ella era plenamente consciente de su mediocridad en este sentido, no tenía la madurez espiritual para asimilar la vida tal como es, y ser feliz con ella sólo por lo que tiene de bello cada día; simplemente se negaba a aceptar que no había nada más para ella.
Solía fantasear muy a menudo que un buen día se “chocaría” (de repente, y como quien no quiere la cosa) con la vida, lisa y llanamente; con algún acontecimiento extraordinario que haría que TODO cambie en unas pocas horas. 
Probablemente, y aunque ésa mañana a las 6:30 no lo supiera, ése iba a ser el día que tanto esperaba. O no, todo depende de la perspectiva.

A las 7.30 ya estaba en el trabajo, puntual como siempre, y con su buen humor habitual. Era muy común que nadie notara sus cambios de ánimo, ya que sabía ocultarlos muy bien, sobre todo porque pensaba que a nadie le importaban sus problemas, y no distaba demasiado de estar en lo cierto, con las debidas excepciones: algunas personas que realmente se preocupaban por ella, pero eran las menos. Por lo que su estrategia de “vender” una buena imagen era bastante acertada. Y sobre todo, eficiente; pues cuando te encargás de solucionar conflictos de otros como profesión, entonces nadie quiere escuchar los tuyos. Todos pretenden que estés bien. Y ella siempre estaba bien. Así debía ser.
Ese día había decidido vestir liviana, pese al frío, ya que pasaría varias horas en un ambiente lo suficientemente cálido, incluso demasiado. Su alta figura subió las escaleras del edificio de Justicia con la habitual calma, no había apuro a esa hora, y tampoco solía haber casi nadie allí, salvo el guardia de seguridad, que unos días respondía a su saludo, y otros no. Nunca pudo entender la causa de tal discontinuidad de modales. Ese día no tuvo suerte, ya que nadie respondió a su “Buen día”; o mejor dicho, el guardia no lo hizo, ya que tras ella entró un hombre que sí le respondió, pese a que inicialmente el saludo no le iba dirigido. A ella poco le importó, de hecho, le pareció una bonita jugarreta del destino, ya que su saludo no quedó sin respuesta, y por lo tanto, el equilibrio del Universo no se había alterado. Luego de sonreír mecánica e inconscientemente,  se percató de que el hombre que acababa de entrar tras ella la estaba mirando, más bien, la estaba observando, y segundos después cuando ambos subieron al único ascensor en servicio, directamente la estaba escudriñando. Todo lo cual hizo que su sonrisa se borrara de la misma forma mecánica e inconsciente en que había aparecido. El salvador de su equilibrio universal era ahora lo más parecido a un predador al asecho: “abogado”, pensó. No estaba equivocada, más tarde lo sabría con certeza. Entonces, decidió devolverle a nuestro amigo su cortesía, (no la del saludo, sino la de la observación) y comenzó a mirarlo, sólo que más sutilmente de lo que él había, no, seguía haciéndolo. A primera vista le pareció un ser bastante poco agraciado, no porque fuera feo, sino porque parecía no tener nada de especial: Sólo un poco más alto que ella, pelo castaño oscuro, ojos marrones, nada raro. Pero ése primer examen, a ésas horas, y con tan pocas posibilidades de perdurar, sería más adelante absolutamente refutado. Al parecer él sí había notado algo extraño en ella, ya que continuaba observándola. Tanto, que al punto de comenzar a sentir que se trataba de un Dementor chupador de energías, ella se vio prácticamente obligada a espetarle un “¿Nos conocemos?”, sólo para que él, sin dejar de mirarla, contestara “ No, no creo”. Era sin dudas una provocación, a la cual estuvo a punto de caer, ya que pensó en preguntarle directamente por qué le miraba; sin embargo, su mente fue lo suficientemente rápida como para cerciorarse de que no le iba a dar el gusto. Por eso no dijo más nada, y el viaje hasta el quinceavo piso transcurrió en absoluto silencio. Bajó deseando que su compañero siguiera dentro del ascensor, pero, al parecer, su buena suerte se había acabado por hoy, (había tenido su dosis del día al momento del saludo matinal con el guardia) y allí fue tras ella, con lo cual se le imponía continuar con la tarea de ignorar al visitante. Tarea que pronto sería desechada, no por ella, sino por su jefe, el juez.

“El señor es Alvaro Uribe, el Doctor Uribe, ¿ no?” dijo, “Sí, así es” añadió el otro. “Mucho gusto” falseó ella. La verdad, no le daba ningún gusto, y si le daba alguno, era un gusto agrio, como vinagre de alcohol puro o leche rancia. Ese hombre ya le caía mal, y con la plena consciencia de que no tenía nada que reprocharle, (más que haberla mirado insistentemente sin dar ninguna explicación), lo cual le daba una rabia indescriptible, y a la vez, imperceptible. Tal era su talento en acción. Lo peor de todo, es que él sabía que no le agradaba a ella, y eso a él no le agradaba, y ella lo sabía, y él también lo sabía. El único que parecía no saber absolutamente nada de todo esto era el benemérito Doctor Cifuentes, juez del tribunal número cinco de Familia, jefe directo de ella, que era Prosecretaria Administrativa. Era un hombre admirable, y sumamente adorable, no había una persona que trabajara en el tribunal, ni en cualquier otro tribunal de la ciudad, que no lo quisiera. Despertaba auténtico cariño y respeto; era, ante todo, una buena persona, lo que lo transformaba de modo más o menos automático, en un buen juez.
Era raro, hasta sospechoso, que el Doctor estuviera allí tan temprano. Pero, claro, todo tiene una perfecta explicación lógica. O casi todo.
“Lily, el Doctor viene a ocupar el puesto de Secretario del Juzgado, libre desde la muerte del Doctor Cámpos. Espero que no te sientas desilusionada, sabes que aún sos muy joven, y un día vos vas a estar en MI lugar.” Sí, esa era la fe que el Doctor Cifuentes le tenía, mucha. Y ella lo agradecía profundamente, y no la desilusionaba en absoluto no tener ese puesto, de verdad, (ya que era realmente joven, tenía 25 en ése momento). Lo que le molestaba era tener que encontrar el modo de que el recién llegado no le cayera tan pesado como comer 3 kilogramos de tortas fritas, ya que ella defendía la teoría de que hay algo rescatable en todas las personas, (aunque a veces era poco), y que para un buen clima de trabajo, era esencial  aferrarse a esa parte buena.
“No se preocupe Doctor, en serio. Si me conoce un poco sabe que no me siento en absoluto desilusionada, todo lo contrario: todavía no sé por qué trabajo con Usted.” “jajajajaja!” El Doctor tenía una risa estridente y auténtica, “Ya vas a ver, dentro de poco, con tu capacidad y tu buena disposición, vos me vas a dictar las sentencias a mí”, dijo, y se retiró, llevándose consigo al visitante, lo cual fue un alivio, aunque fuera momentáneo.

“¡¿Cómo hago?!” preguntó casi retóricamente a sus compañeros de mesa de entrada, quienes reían y vociferaban todo tipo de chistes respecto de su relato del “nuevo”. “No hace falta que te caiga bien, vos quedáte tranquila, acá te bancamos todos”. Las palabras de Sonia fueron muy cálidas y verdaderas, pero ella sabía muy bien que no le convenía tener de contrincante al Secretario. Bueno, quizás estaba exagerando. Seguro, estaba exagerando: ya veía a este desconocido como un puerco repugnante que le iba a hacer la vida imposible, y recién eran las 8:13. 
Decidió que era mejor alejar todo esto de su mente, y se fue a su oficina a terminar con lo que no había podido el día anterior. Increíblemente, luego de haber creado un quinto Tribunal de Familia en la ciudad, ninguno de los cinco parecía dar a basto, tal como sucedía años atrás, cuando sólo había un Tribunal colegiado de única instancia. 
Estaba en plena trifulca lingüística (muchas veces, elegir entre una palabra u otra era el mismo arte de lo sustancial en Derecho) cuando sintió “toc-toc” y giró sobre las ruedas de su silla dispuesta a encontrarse con el rostro de su amigo Leandro, que pasaba casi todos los días bastante temprano para seguir sus expedientes que tramitaban allí y se quedaba un rato cuchicheando con ella o tomando un café, pero la oportunidad para descargar sus broncas llegaría mas tarde, ya que quien entraba era nada menos que... “Alvaro, ¿puedo pasar?”. Odiaba esas preguntas capciosas, ¿para qué preguntaba, si ya había entrado? ¿No se suponía que eso de preguntar tenía un sentido? Y ese sentido solía ser darle al otro la oportunidad de negarse. Pero al parecer, Alvaro no solía dar a los otros muchas oportunidades de negarse a aceptarlo: él se imponía. Y si había algo que ella odiaba desde las entrañas, era sentirse presa, obligada, presionada a aceptar algo, sin posibilidad de rechazarlo. Aún cuando no había razones para rechazar algo, y simplemente se sabía que no iba a hacerlo, ella necesitaba tener la certeza de esa posibilidad: allí radicaba su sentimiento de libertad, de independencia. Todo esto hubiera importado un rábano a nuestro amigo, aún si hubiera tenido chance de saberlo. Ella notó esto, y se limitó a decirle “Adelante, cómo no”. Pensó en tratar de sonreír, pero hubiera sido demasiado falso, después de todo, qué más da si sabía que no le caía bien, ella era lo suficientemente importante como ser humano como para tener que esforzarse demasiado.
“La verdad, quise pasar a pedírte disculpas”. Bueno, eso sí que no se lo esperaba. ¿Disculpas? “¿Por qué?”, su pregunta fue fría y calculada, ocultaba muy bien la sorpresa.
“Es que hoy de mañana te puse incómoda en el ascensor, y fue adrede. No pensé que íbamos a ser compañeros de trabajo”. 
“¿Fue a propósito? ¿Te gusta poner incómodas a las personas en general, o sólo a las mujeres?” Su tono fue ligeramente violento. ¿Qué quería decir con eso de ‘fue adrede’? Todo un megalomaníaco, sin dudas.
“Noto que te dejé bastante impresionada”. Era el colmo, el colmo del falocentrismo. 
“¿Impresionada? Mirá, voy a dejar de hacérte preguntas que evidentemente ni te interesa contestar, y voy a ser clara: Es evidente que vos y yo empezamos con el pié izquierdo...”
“Guauu... Sos muy directa. Y un poco formal. Y usas frases hechas. Todo un hallazgo.”
Ah, no. Esto era demasiado: un hombre que no la conocía, que la interrumpía, y que la insultaba. No a ella, a su inteligencia! Mucho peor.
“Bueno, esto es todo entonces. Te ahorro el disgusto de tener que rebajarte a mi nivel intelectual. Podés retirarte, y cualquier cosa que necesites, estrictamente laboral, estoy a su servicio ‘ señor Secretario’”. 
“No te enojes, no quise herir tus sentimientos”, mientras decía esto esbozaba una tenue y satírica sonrisa de niño satisfecho. 
“Dudo que le interese si me enojo o no, ni mucho menos mis sentimientos. Tengo trabajo, hasta luego” dijo, señalando la puerta con toda vehemencia.
“Pronto nos volveremos a cruzar, seguramente para ése entonces encontrás alguna linda frasecilla para hacerme reír un poco más.” Dio media vuelta y... Volvió. “Ah, me olvidaba: el Doctor me dijo que vos te ibas a encargar de mostrarme las instalaciones”.
“Dudo mucho que eso sea cierto, yo no soy una guía turística, y el Doctor lo sabe muy bien.”
“Algo de razón tenés: él no te propuso para la tarea, yo le pedí que fueras vos, y él aceptó”. 
“Bueno, en tal caso, ya le encontraré alguna otra persona que lo haga.”
“Ni lo sueñes. O vos, o nadie” 
“No creo que al Doctor le interesen sus berrinches. Incluso le van a interesar menos que a mí”
“Puede ser. Pero dudo que quieras molestar al Doctor con algo así. No soy yo el que le va a informar nada.”
“No hay problema, yo le aviso, quédese tranquilo, alguien lo va a acompañar”.
“Veo que también sos obstinada”. ‘No más que usted’, quiso decir, pero en ése momento apareció su salvación: el Doctor Cifuentes. Había escuchado la conversación, por lo menos la última parte, ella lo notó. El Doctor cerró la puerta, y dijo:
“Alvaro, creo que el hecho de conocerte de toda la vida no va a ser un obstáculo para pedirte que por favor te comportes como debés. Acá no sólo se trata de una brillante historia académica, el respeto a los demás es esencial.”
Apenas podía comprender lo que oía. Se suponía que el Doctor no conocía de antes a este mequetrefe; así lo había hecho sonar cuando se lo presentó.
“Lo sé padrino, no quise ser descortés. Me estaba divirtiendo un poco, eso es todo. Disculpame... Lily, ¿no?”
“Liliana Arreta”. Pero ése no iba a ser el final, al muchacho le quedaban oír unas cuantas palabras más de desaprobación por parte del Doctor, un ratito más de humillación, pensó ella.
“Alvaro, no admito que hables de divertirte a costa de las personas como si fuera algo natural, y mucho menos si se trata de Lily. Ella es una de mis mejores empleadas, le tengo mucho cariño, y no te permito que le faltes el respeto. Es una de las mujeres más inteligentes que te vayas a cruzar en tu vida. Sólo que ahora ni lo sospechás”
Las palabras del Doctor fueron el bálsamo más preciado de ése día, y de muchos días antes y después de ése. Se sintió triunfadora. No pudo evitar sonreír. Pero, muy a su pesar, el nuevo no tenía mal semblante, muy por el contrario, él también sonreía.
“Disculpáme padrino, es que estoy aplicando una nueva técnica que aprendí en Suiza. Básicamente pongo a prueba a las personas que me resultan a primera vista interesantes. Es un modo de testear las primeras impresiones. Estadísticamente digamos que hay un 90 % de certeza: ellas suelen ser correctas.”
Así que de eso se trataba todo. No era posible, debía ser una treta para contentar al “padrino”. 
“Bueno, entonces tu primera impresión de Lily fue más o menos como la mía. Ella es adorable”
“Por favor...” Sólo fue capaz de decir eso. Todavía dudaba cuando el Doctor se retiró y los dejó nuevamente solos. Entonces dijo: “ Resulta que es un sociólogo experto, además de abogado, presumo que hasta puede ser un buen psicólogo”
“No me creés. Pero es cierto. Perdonáme, y dejá de tratarme de usted, solamente te llevo un par de años.”
“Por ahora dejémoslo así”
Fue el fin de la conversación. No porque no tuviera nada más que decir ni preguntar, sino porque el trabajo apremiaba, una llamada del consejero de familia los interrumpió, y para cuando colgó, él ya se había ido. 

Transcurrieron unas cuantas horas, entre audiencias, conciliaciones, discusiones varias y testigos, escritos y cédulas perdidas y vueltas a encontrar, ira de algunos abogados, risas de otros, lo habitual.
A esta altura, eran las 10:25, casi hora de desayunar, el momento que compartían todas las mañanas entre compañeros, una de las cosas más valiosas para ella desde que llegó allí. 
Pensó que quizás no tendría oportunidad para contar lo ocurrido a los otros, pero el susodicho ni se apareció por ahí. Por lo cual puso al tanto de aquello a todos en quienes podía confiar, y recibió de las más variadas opiniones, algunas en tono de broma, otras más en broma que las anteriores, (así solía ser) pero ninguna de las cuales viene al caso.

Volvió a su oficina con la mente despejada. No se había percatado del frío congelante que hacía hasta ese momento, cuando abrió la puerta y una ráfaga la “golpeó” al entrar. Algo no estaba bien... No recordaba haber abierto la ventana. Cualquier otro habría pasado esta circunstancia por alto, pero no ella. Tantas cosas raras no solían pasar el mismo día. “Toc-toc”, “Permiso doctora, tenemos una audiencia en cinco minutos, el Doctor la está esperando en su despacho, tiene que decirle algo, por eso me mandó a que la llamara...”. Era Perla, la secretaria personal del Doctor Cifuentes, una mujer de voz dulce como la miel, y la presencia fuerte de una madre comprometida. 
“Enseguida voy Perli”. Tras oír su respuesta, la señora se retiró con una de sus sonrisas amables y comprensivas. Evidentemente Perla notó un signo de preocupación en su cara, signo que tenía que esfumarse “a- hora, listo.”. 

‘Ya las 11, casi pasó la mañana’, fueron las palabras que pasaron por su mente mientras se dirigía al encuentro del Doctor y su próxima audiencia  de vista de causa: tenencia. Se trataba de una niña, que para ése entonces ya contaba con 13 años, pero que al comenzar su madre las acusaciones legales contra el padre, no llegaba a los 3. Este caso era famoso en el tribunal, incluso la sentencia fue recurrida a la Corte Suprema de Provincia, que confirmó la sentencia del Tribunal asignando la tenencia en forma compartida, razón por la cual la madre volvió un año más tarde, para modificarla; y por su parte, el padre hizo lo propio. Por lo cual se habían abierto dos expedientes “cruzados”, y luego de unir las causas el juez (de oficio), estaban dadas las condiciones para proceder a la audiencia de vista. Este proceso tenía la particularidad de contar con amplios espacios dedicados a la oralidad, lo cual no era nada común en los procesos civiles ordinarios. Y esto era lo que lo dotaba de mayor singularidad, esto era lo que lo hacía interesante, o por lo menos eso pensaba ella.
Resultó que el Doctor sólo quería prevenirla “...sobre los caracteres de las partes, son bastante volubles, irascibles...En fin, complicados.” 
“Doctor, ya los conozco, los he visto y escuchado una docena de veces... No entiendo...”
“Tené mayor precaución esta vez. Eso es todo.” Seguía sin entender. Pero estuvo bien, por el momento.

“Buenas tardes señores, el señor Juez estará con nosotros en un momento. Me imagino que no hace falta requerirles que guarden las formas y que mantengan un trato estrictamente cordial, incluso entre ustedes. Aquí no interesa cuánto se odien, se trata del bienestar de su hija, eso es lo primordial para nosotros...” No era lo común ‘cantar’ semejante preludio. Este caso lo ameritaba, y ella lo sabía muy bien.

domingo, 15 de agosto de 2010

"NO TE SUELTO MÁS"


Yo escucho este tema,



y pienso idiotamente: "quiero alguien que me hable así".


CONCLUSIÓN: El problema con las altas espectativas es que una va por la vida esperando que aparezca alguien que te quiera RAPTAR con éstas palabras:


"Vamos a tenernos aquí mi amor
alimentando la utopía
duermo en tus labios
por favor no sonrías, o caeré."

Y eso nunca va a pasar.

domingo, 8 de agosto de 2010

ANGER MANAGEMENT

"A veces uno cree que tocó fondo, pero el fondo está mucho más abajo", es una frase que escuché hace unos días en un programa de ficción que sigo, y que se me quedó grabada.
Áspera conclusión que encaja con un áspero momento.
Porque estoy harta. Y no es en sentido figurado. Siento que NO DOY MÁS. Ya no sé que otra cosa puedo sacar de mí para avanzar, si todo son trabas, baches, cachetadas.
No voy a pormenorizar porque me resulta aburrido, para mí y para ustedes.
Sólo diré que ayer rompí una guía telefónica.
La hice añicos, literalmente.
Comencé tirándola al piso con fuerza varias veces, con mucha fuerza, de modo tal que se dividió en varias partes, cada una de las cuales desmenucé página por página, las cuales abollé, rasgué, estrujé, una por una. Por momentos pensaba en situaciones o en personas en particular al acabar con cada página, hasta que pensé que podía estar haciendo una especie de voodoo, y lo reconsideré.
Formé bollos, los cuales lancé fuertemente contra los muebles.
Me levanté, pisé todos los papeles mientras seguía descubriendo páginas enteras que me restaba rasgar.

Llegó un momento en el cual mi proceder dejó de ser movido por la IRA que me invadía.
Entonces me percaté de repente, de que estaba jugando.
Rasgaba los papeles como niña de dos años, azorada por una novedad del mundo, 
los arrugaba sintiendo el sonido que hacían y que me recordó a las olas del mar, 
una y otra vez, viendo cómo alteraban su forma. 
En un momento, sentada ya en el piso, sobre y entre restos de guía, empecé a juntar montones que tiraba para arriba, cual Marcelito-estás-ahí? en la gran urna de cupones de Susana Gimenez.
Creo que era un sueño que tenía desde chica,
hacer éso con semejante magnitud, como si estuviera metida en un enorme pelotero de papel.

No fue un acto de rebeldía, porque bien sabía que era yo la única que luego iba a tener que juntar todo, y nadie que pudiera retarme estaba allí.
No fue un acto de desesperación, porque, créanme, me encantaría romper toda mi vajilla, pero eso sí que me traería problemas.
Fue pura y simplemente terapéutico. Casi fríamente calculado diría.

Luego de jugar me quedé un rato contemplando el depto atestado de papeles, y sentí paz.
Fue sumamente liberador y lo necesitaba.

No voy a cuestionarme si estoy o no loca, porque éso lo confirmé hace tiempo.
Después me preguntan por qué sería defensora penal. Es porque nadie conoce sus propios límites, ni es consciente plenamente de lo que es capaz de hacer cuando lo invade la ira.
Yo por lo menos nunca pensé que iba a destrozar una guía telefónica con tanto ahínco.

Voy a seguir sintiendo ira, porque los días que me esperan no son más prometedores.
Creo que voy a empezar a recolectar revistas y guías viejas...



lunes, 2 de agosto de 2010

VIOLETAS


Me acabo de acordar que a mi abuela le gustaban las violetas.
Es casi lo único que recuerdo de ella.
El resto fue puro sufrimiento, y mi bronca por no haberla podido conocer.
Adiós abuela.